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"Como te veo me vi, como me ves te verás”. Es una de las frases que suelen decir los viejos a los jóvenes cuando se habla de años. Hoy llamar viejo a alguien se toma como insulto o como desacato, se utilizan palabras que pretendiendo adornar las arrugas del alma — creo que la vejez no está relacionada con los años sobrevividos — además de las del cuerpo, suenan a falso. “Personas de la tercera edad”, “ancianos”, “personas mayores”, etc., son términos que delatan que “viejo” se aplica más como sustantivo que como adjetivo. No es lo mismo un hombre viejo que un viejo, o una vieja, que parece sonar peor.
Lo viejo, si no pertenece a la enología, hoy carece de valor en el llamado mundo civilizado. Como vergonzoso botón de un muestrario inacabable, baste echar un vistazo a los escasos informes que tratan sobre el maltrato de ancianos en el seno del hogar —otrora tal vez agridulce— , en las llamadas residencias de la tercera edad o en casa de sus cuidadores.
El maltrato a los ancianos se considera problema social desde hace pocos años, porque, como los niños, también callan por miedo a represalias, además de no querer reconocer ser víctimas muchas veces de sus propios hijos o cónyuges, por resultarles insoportable admitir que son objeto de maltrato o por temor a ser recluidos en centros “para la tercera edad”. Menos van a hablar los maltratadores (cuidadores y familiares), por razones más que obvias.
Como todo maltrato, no es privativo de un determinado estrato social. Se produce en todas las capas, sea físico, psíquico, abuso sexual o económico. Lo penoso es que a mayor indefensión, mayores son las probabilidades de ser objeto de malos tratos. Cuando es joven, sano y productivo, se valora al individuo. Una vez pasada la fase productiva, sea por edad o por carencias de salud, la tónica pasa a ser la infravaloración, el anciano resulta “una molestia” para familias con dificultades para cuidar a quienes les cuidaron cuando eran también dependientes a causa de su corta edad. Sin duda los factores sociales y culturales son determinantes, pero también los familiares e individuales.
Presa del miedo, el maltratado sufre lo que ha dado en llamarse “Síndrome del Anciano Maltratado”: inquietud, pasividad, ansiedad, estado de confusión, alteración del estado de ánimo y depresión, que puede desembocar en el suicidio, son indicadores que, en su caso, los cuidadores y familiares deben observar con atención para detectar el posible maltrato del anciano indefenso. Si hay indicios, debe ponerse en contacto con el médico que le trata, de modo que esté alerta en el caso de lesiones físicas, caídas frecuentes, desnutrición, deshidratación o visitas a los servicios de urgencia acompañados por personas ajenas a su cuidado.
Que la Asociación Médica Mundial reconozca que es responsabilidad del médico proteger los intereses físicos y psíquicos de los ancianos, así como la necesidad de declarar que deben tener los mismos derechos a la atención, bienestar y respeto que los demás seres humanos, es ya una demostración de una lacra social más que afecta a los más débiles.
Tengo el convencimiento de que esta sociedad está gravemente enferma, así que no creo que pueda llegar a vieja.
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