Entiendo que se vaya a vivir a otra casa, con gente joven, cerca de su hermano, con el que se lleva bien, son los dos unos chicos excelentes y se apoyan.
Le voy a echar de menos. Mucho. Me dice que vendrá a diario a vernos (a mí y a la gatita), y que el desorden de su cuarto lo irá arreglando y lo dejará como una patena.
Según va llevando libros, dibujos, bocetos, pinceles y lápices, la habitación está sembrada de papeles por el suelo, algún calcetín desparejado, zapatos viejos, muñecos de hace años... No quites nada, que tengo que revisar si hay algo que sirva, me dice. Después te dejaré todo bien.
Y me parece que se está yendo, poco a poco, parte suya, hasta que suene el silencio.
Las toallas mojadas en el suelo del baño desaparecerán, no tendré que decirle que se quite los zapatos y se ponga zapatillas... Las migas que deja caer y la taza junto al portátil, no las recogeré, ni los tarros de agua donde lava los pinceles. Tampoco por las noches me enseñará lo que ha dibujado, los proyectos que tiene ni me contará historias y leyendas de La India. No escucharé sus buenas noches ni le contestaré "Dios te bendiga".
Pero es ley de vida, tiene que ser así, no seré yo quien le ponga barreras para que lleve a cabo lo que decida. Le dejo, como a su hermano, la puerta abierta, la posibilidad de regresar a casa cuando quiera. Y si no se encuentra a gusto o tiene problemas, siempre puede volver, eso lo sabe, lo saben los dos.
Ahora seremos dos, la gatita y yo. Hace poco, estábamos compartiendo techo siete; en un año, todo ha cambiado tanto que tengo que realizar un esfuerzo mental para reconocerme en esta nueva situación.
Tengo que buscar, como en aquél poema, un móvil para vivir.
Ayer comencé a poder leer de nuevo, me llevé un libro a la cama y aunque la capacidad de concentración no era como antes de suceder todo, pude leer 40 páginas antes de apagar la luz. Un ensayo corto, fácil de leer. Por el momento me sorprendí y fue positivo comprobar que pude distraerme con la lectura de nuevo, después de años. Desde mi infancia era todo lo que quería hacer, leer y leer todo lo que caía en mis manos. Es lo que me hizo vivir y llegar al mundo imaginario de la aventura, el pensamiento libre, cuestionar los tópicos y sentencias de mis mayores hasta convencerme, o no, de que tenían sentido o razón.
Del cuento pasé a la novela, de ésta al teatro leído, al ensayo, sin dejar nunca el cómic, que aún, de tarde en tarde, vuelvo a leer, a fijarme en los dibujos, personajes, expresiones. La novela dejó de atraerme hace tiempo. Durante bastante sólo pude con arrttículos, relatos cortos... no me podía concentrar en lo que leía, y dejé de intentarlo, no sacaba nada en limpio de la lectura y sí una frustración por una limitación adquirida debido a las circunstancias.
Volveré a los libros. Ahora volverán a ser mis compañeros de viaje.
Compartir
No hay comentarios:
Publicar un comentario