"El poder de los hombres sobre la naturaleza es, en realidad, el poder de algunos hombres sobre otros, y la naturaleza es el mero instrumento de este poder"
(C.S.Lewis)
LA película de la Disney 'Chicken Little' se proyecta en Sevilla a beneficio de una ONG; miles de jóvenes se movilizan en las diversas ciudades españolas, para conseguir “una sonrisa por Navidad” (nombre de la campaña anual por esas fechas). De ese modo sólo dejarán de sonreír 364 días al año siempre que no sea bisiesto. Pásmense: el Santander-Central-Hispano, uno de los colosos de la banca donará ‘nada menos’ que 9.000 euros a beneficio de Cooperación Internacional ONG, pues es el patrocinador de la campaña. Un notable dispendio con el que no sé si estarán de acuerdo los consejeros y accionistas, que ponen su dinero para que se reproduzca como hongos y no para hacer obras de caridad.
Claro que miles de niños y personas que malviven por debajo del umbral de la pobreza (desfavorecidos, se les llama) se “beneficiarán”. Se visitarán hospitales, tendrán algo de ropa y dulces y no faltará un santaclaus o tres reyes y tal vez se presente el paje negro de Baltasar en las blancas salas hospitalarias con juguetes para esos niños que son como juguetes rotos.
Sin duda la dedicación de todos esos jóvenes, tanto en tiempo como esfuerzo, tiene validez. Son muchachos de buena voluntad. A ellos los felicito, el calor humano que con seguridad darán a los niños, ancianos y demás ciudadanos, invisibles a efectos sociales, es el regalo de más valor. Esos chicos hacen una labor solidaria y desinteresada, qué duda cabe, y de ellos nada tengo que decir.
Pero no es eso, no es eso… y trataré de explicarme:
Cuando leo lo de esas campañas de solidaridad, no puedo dejar de sentir cierta repugnancia. A los desheredados españoles y del resto de la Tierra, se les ofrece el chocolate del loro. Los gobiernos, instituciones regionales y locales, suelen conceder subvenciones a las ONGs una vez al año normalmente, provenientes de las arcas públicas, es decir, del dinero que administran derivado de los impuestos del contribuyente. De modo que no son ellos los ‘generosos’, sino meros transmisores de ínfimas cantidades, si tenemos en cuenta las necesidades y el número de desposeídos del globo, incluida España, además de los despilfarros del cuantioso capital que se invierte en cosas superfluas, propagandísticas, armamento, carrera espacial, y un sinfín de monumentos megalíticos para mayor gloria de los “próceres de la Humanidad”.
Médicos Sin Fronteras denuncia que en la República ‘Democrática’ Del Congo está dándose la mayor catástrofe humanitaria, como en Níger o Dafur, con más de cuatro o cinco veces más mortalidad que el llamado índice de emergencia. No tienen acceso a la Sanidad por no poder pagarla, más del 70 % de la población sufre la más extrema pobreza cuando no es aliviada del malvivir a causa de la Malaria, pasando por fin a mejor vida.
En América Latina casi un 90 % de los indígenas vive en condiciones paupérrimas, por ejemplo en México, Panamá o Bolivia, por no mencionar Perú, Ecuador o Brasil.
En Asia millones de personas no tienen literalmente dónde caerse muertos, por lo que deciden hacerlo en las calles… En los países desarrollados hay ‘bolsas de pobreza’ —bonita manera de llamar a millones de personas que tienen nombre y apellido, pero es más conveniente despersonalizarlas.
Y me pregunto para qué demonios están los magníficos postulados de la Declaración de los Derechos Humanos, de los derechos de los niños, el derecho a la Educación, Sanidad, la inversión en los terceros mundos, que son los últimos, para lograr un desarrollo progresivo y sostenible que termine con la civilización de la vergüenza, con el Holocausto de tres cuartas partes de la humanidad.
Ciertamente, quienes trabajan en las ONGs son personas admirables, solidarias y entregadas, movidas por la sed de Justicia y la indignación por la dejadez de los países ricos y hasta de los menos pobres. Pero no deberían ser necesarias. Y no lo serían si los gobiernos de los países privilegiados, los colosos financieros, la gran banca… en resumen, quienes tienen la llave de la despensa, el negocio y monopolio de los medicamentos y vacunas —esenciales para evitar la escandalosa morbilidad y consiguiente mortalidad de quienes están destinados a ser pasto del hambre, la peste, la guerra y la muerte—, tomaran medidas: no solidarias, sino justas.
El término solidaridad me suena cada vez más a caridad allá donde está ausente la Justicia, que suele ser en la mayoría de los lugares empobrecidos. Ya… ya hay cumbres, declaraciones de intenciones, acuerdos… y para acallar conciencias —puede que ni eso, simplemente, para “quedar bien”… porque a saber adónde habrán escapado muchas de ellas, espeluznadas por el horror.
Entonces… ¿qué hacemos, qué se puede hacer? ¿Basta con la limosna al pobre de nuestro barrio? ¿Acaso llevando las gafas rotas o rayadas a las ópticas evitaremos la ceguera por avitaminosis? Llevar medicamentos caducados, ¿no surtirá el infame mercado de medicamentos adulterados, caducados o falsos, sin ningún principio activo y puede que hasta letal? ¿Dejaremos otra vez la ropa que nos molesta en casa ocupando sitio en los armarios, en lugar de tirarlos a la basura y así nos parecerá que somos caritativos o solidarios?
Creo que no. Creo que la ciudadanía debe exigir a los gobernantes que dejen de engañar, además de tratar de anestesiar nuestra conciencia; y en lugar de parchecitos, paños calientes, cumbres y acuerdos que quedan en papel mojado para el olvido, actúen en consecuencia, o que sean lo suficientemente cínicos —más si cabe— para declarar que ‘esa gente’ importa un rábano. Que el mundo está superpoblado y sobra, cuantos menos y más pobres, enfermos y desnutridos dejen de molestar con esas imágenes desagradables y acusadoras de niños famélicos, mujeres y hombres esqueléticos, con la mirada sumida en la desesperanza, más calidad de vida tendrán los que sí tienen derechos y presumen de moral, ética o religión.
Es algo así como aquella estúpida canción de verano que decía “que se mueran los feos”. El utópico contrapunto venía a contestar “si yo tuviera una escoba… cuántas cosas barrería”.
Pero para qué engañarnos: hay frases acuñadas que explican y mantienen la injusticia permanente: “siempre ha habido ricos y pobres”, “unos nacen con estrella y otros estrellados”… “Cosas del azar, mala suerte, están lejos”, “a quién se le ocurre, además de ser pobres reproducirse como conejos”, etc. (y esas campañas “benéficas” que se me antojan un sarcasmo).
Otras, despiertan alguna que otra conciencia siempre que no se halle en estado de coma profundo irreversible y deliberado.
Y es que, como bien dijo Martin Luther King, parafraseando a Edmund
Burke: "Lo peor no es la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos".
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