Madre
mía, te has ido dormida. Nos dejas tu recuerdo agridulce, viva, pero inane,
encamada durante años hasta que el corazón se cansó de latir.
La
razón me dice que estabas viva y, posiblemente oías, pensabas, querías hablar y
no podías…
Y
eso, mamá era una muerte en vida. Tal vez sufriste durante esos años. Sé que tu
existencia no fue “de rositas”. Fuiste luchadora, tuviste once hijos y espero
que no llegaras a saber que otras dos hermanas se fueron antes que tú.
Ahora
que has pasado a la verdadera vida, te habrás encontrado con tus seres
queridos, los que perdiste en la vida terrenal. Ellos te habrán recibido
gozosos de volver a estar contigo, sin el lastre de un cuerpo enfermo y sin
remedio. Ellos te confortarán, estoy segura, y hoy ya estás a la derecha del
Padre y junto a la Virgen de Fátima, la peregrina, como lo fuiste tú… tantos
viajes obligatorios, todos íbamos y volvíamos y tú tenías que adaptarte de
nuevo a empezar de cero.
Sufriste
en esta vida terrenal, pero quiero que sepas que todos tus hijos te hemos
querido y valorado a pesar de los vaivenes de la existencia. Madre, ¿Verdad que
morir es como nacer? ¿Qué esta vida es un tránsito hacia la vida verdadera? Como
nacimos morimos, no traemos nada al nacer ni nos llevamos nada al pasar a la
otra vida, donde no hay dolor, ni enfermedad, ni sufrimiento ni muerte. Verás a
mi hijo con su brazo, a tu esposo joven y amoroso, a tus padres y hermanos, a
tus hijos, que nos dejaron desolados, y menos mal que no te lo dijimos. Ahora
están contigo con el amor que se tiene a una madre, que es inconmensurable.
Descansa
en paz en es nueva vida donde espero encontrarte, a ti, a mis hermanitos, a
todos los que quisimos y nos quisieron.
Espérame,
mamá… casi tengo la seguridad de que será la siguiente en llegar hasta ti.
Hasta siempre, mamá