6 de julio de 2016

San Fermín llora sangre



Una fiesta de sangre y muerte, que Heminguay inmortalizó en su libro “Fiesta” — que universalizó los “sanfermines”, para mal de los inocentes toros— propició que españoles como extranjeros se desplacen a Pamplona para participar en un espectáculo brutal e indigno de cualquier país llamado ‘civilizado’.


 

 El toro ya no sabe dónde pisar, trata de huir y defenderse.
Por más que los taurinos defiendan “que es una tradición y no se puede tocar, mucho menos quitar, no deja de ser una carnicería cruel e innecesaria, que desprecia la vida de los animales, sin respetarlos lo más mínimo.

Una fiesta en la cual la gente se divierte con la tortura y asesinato de los toros, nobles animales, que sienten y padecen sufren y sólo desean vivir tranquilos, es deleznable en sí misma.

Quienes arguyen que “los toros son para eso, no sufren, les gusta” hacen uso de falacias que nadie se cree. Es justificar actos criminales contra seres sintientes y con derecho a la vida, al respeto y que deberían ser cuidados, en todo caso, por quienes los tienen. Pero no: que no nos hablen de ‘tradiciones’ y demás milongas; se trata del dinero, de las ganancias de ganaderos, intermediarios, toreros, plazas, hoteles, bares, y encima genera gastos del dinero público al ser subvencionados.

El alcohol corre por las venas de la mayoría de los que participan en el acoso al que llaman “encierro”, que viene a ser otro de los sufrimientos de los toros; para esperar el temible momento de ser expuesto en el ruedo ante una masa vociferante, que hierve cuando “el matador” —el verdugo— sale y empieza la masacre: uno a uno, los toros son ‘picados’ —se los lancea para que pierdan fuerza y sangre durante demasiado tiempo causando dolor y sufrimiento al inocente animal— y después arponeadoscon los arpones adornados con colores para disimular los seis arponazos que desgarran a las víctimas de la barbarie —los llaman banderillas— de los llamados humanos.
Y tras lucirse el torero-matador —nunca mejor dicho— con unos pases, entra a matar, a asesinar al toro torturado. Si acierta, el toro ¡por fin!, morirá y terminará su martirio. 
Pero si el toro no muere, atravesado su cuerpo y vísceras por el hierro del estoque, agonizando y con estertores de inmenso dolor, llega el que le da la “puntilla”, que tampoco acierta siempre... Y venga a intentar llegar con el puñal hasta el bulbo raquídeo, de modo que ser produce la parada cardio-pulmonar.
Pero no acaba ahí: Sin respeto alguno, cortan las orejas y/o el rabo del noble animal, ya cadáver, para ofrecérselos al matarife como trofeo de su asesinato. Mientras, suenan pasodobles fuertemente, la gente grita “olé”... y el pobre toro, o  lo que queda de él, es arrastrado al interior de la plaza ensangrentada.

Si unos por acción y otros por omisión, participan en crímenes tan abyectos, ¡que no traten de justificarse!, sabemos que la masacre de los animales es culpa de ellos. La sangre de todos los animales masacrados, caiga sobre sus cabezas. Lo denominen como quieran los taurinos, son cómplices necesarios del Holcausto Animal. 
 

Ojos de terror, caídas, los toros no saben por qué son acosados...
Es por la bestialidad de los primates humanos.
"Los animales son de Dios; la bestialidad es humana". 
 Víctor Hugo