Una fiesta de sangre y muerte,
que Heminguay inmortalizó en su libro “Fiesta” — que universalizó los “sanfermines”,
para mal de los inocentes toros— propició que españoles como extranjeros se
desplacen a Pamplona para participar en un espectáculo brutal e indigno de
cualquier país llamado ‘civilizado’.
El toro ya no sabe dónde pisar, trata de huir y defenderse.
Por más que los taurinos
defiendan “que es una tradición y no se puede tocar”, mucho menos quitar, no
deja de ser una carnicería cruel e innecesaria, que desprecia la vida de los
animales, sin respetarlos lo más mínimo.
Una fiesta en la cual la gente
se divierte con la tortura y asesinato de los toros, nobles animales, que
sienten y padecen sufren y sólo desean vivir tranquilos, es deleznable en sí
misma.
Quienes arguyen que “los toros son para eso, no sufren, les
gusta” hacen uso de falacias que nadie se cree. Es justificar actos
criminales contra seres sintientes y con derecho a la vida, al respeto y que deberían
ser cuidados, en todo caso, por quienes los tienen. Pero no: que no nos hablen
de ‘tradiciones’ y demás milongas; se trata del dinero, de las ganancias de
ganaderos, intermediarios, toreros, plazas, hoteles, bares, y encima genera
gastos del dinero público al ser subvencionados.
El alcohol corre por las venas de
la mayoría de los que participan en el acoso al que llaman “encierro”, que
viene a ser otro de los sufrimientos de los toros; para esperar el temible
momento de ser expuesto en el ruedo ante una masa vociferante, que hierve
cuando “el matador” —el verdugo— sale y empieza la masacre: uno a uno, los
toros son ‘picados’ —se los lancea para que pierdan fuerza y sangre durante demasiado
tiempo causando dolor y sufrimiento al inocente animal— y después arponeados; con los
arpones adornados con colores para disimular los seis arponazos que desgarran a las víctimas de la barbarie —los llaman banderillas— de los llamados humanos.
Y tras lucirse el torero-matador —nunca mejor dicho— con unos pases, entra a matar, a asesinar al toro torturado.
Si acierta, el toro ¡por fin!, morirá y terminará su martirio.
Pero si el toro
no muere, atravesado su cuerpo y vísceras por el hierro del estoque, agonizando y con estertores de
inmenso dolor, llega el que le da la “puntilla”, que tampoco acierta siempre...
Y venga a intentar llegar con el puñal hasta el bulbo raquídeo, de modo que ser
produce la parada cardio-pulmonar.
Pero no acaba ahí: Sin respeto
alguno, cortan las orejas y/o el rabo del noble animal, ya cadáver, para ofrecérselos
al matarife como trofeo de su asesinato. Mientras, suenan pasodobles
fuertemente, la gente grita “olé”... y el pobre toro, o lo que queda de él,
es arrastrado al interior de la plaza ensangrentada.
Si unos por acción y otros por
omisión, participan en crímenes tan abyectos, ¡que no traten de justificarse!, sabemos que la masacre de los animales es culpa de ellos. La sangre de
todos los animales masacrados, caiga sobre sus cabezas. Lo denominen como quieran los taurinos, son cómplices necesarios del Holcausto Animal.
Ojos de terror, caídas, los toros no saben por qué son acosados...
Es por la bestialidad de los primates humanos.
"Los animales son de Dios; la bestialidad es humana".
Víctor Hugo
Víctor Hugo
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