Resulta aterrador. He visto,
aunque por momentos tuve que apartar la vista, a una manada de jóvenes cebarse
y divertirse con el sufrimiento de un noble animal, una vaquilla con la que se
han ensañado propinándole patadas, tirando de su rabo hiriendo a la víctima
inocente: la salvajada que en más de una localidad forma parte de la "diversión"
de sus fiestas.
Había público, pero nadie intervino para al menos avisar a los
responsables municipales, parar el asesinato y antes la tortura,
entre carcajadas y jolgorio. ¡Eran las fiestas!
No paró ahí la cosa: otra pobre vaquilla fue la siguiente
víctima de la masa de desalmados, por lo visto aún necesitaban saciar su sed
de sangre de un ser vivo, sufriente, consciente de que iba a morir, que
trataba de levantar la cabeza agonizante, ensangrentada... Y así, a patadas,
golpes, heridas, burlas y la impasibilidad, si no el jaleamiento de un público
exento de la mínima sensibilidad ni atisbo de compasión...
Los dos novillos fueron torturados hasta la muerte,
lenta y dolorosa, sin entender por qué se ensañaban con ellos.
Nunca pude soportar la llamada "fiesta nacional"
sin sentir repugnancia: me parece un espectáculo propio de eras pasadas y
onerosas, de circo romano; el ser humano embrutecido se permite llamar bestias
a los inocentes y pacíficos animales.
Supongo que todo está ya dicho, pero no podría dejar de repudiar
otra vez y las que sean precisas, la pena, la indignación, vergüenza y desprecio
que me producen hechos que, por tener la calificación de "costumbre"
o "tradición", son repetidas en pueblos y ciudades de esta
España decadente, que llama cultura al martirio público, al
ensañamiento indescriptible, al espectáculo odioso de torturar y matar a fuego
lento a nuestros compañeros de la Tierra, de la Naturaleza que decimos
que queremos conservar y proteger.
No pondré imágenes porque son demasiado terribles. No sé qué me
causa más espanto: por descontado, me identifico y defiendo al animal, a
la pequeña y noble, inocente vaquilla. El estupor, que colma hace años mi
capacidad de asombro, me deja impactada por la crueldad sin límites de
esa masa de desalmados, que no por haber consumido alcohol —como si eso fuera
un atenuante— carecen de responsabilidad.
He sido siempre contraria a la pena de muerte que no hace tanto,
se aplicaba en este país, ejecutando al reo públicamente para más escarnio.
Pues bien, reivindico el respeto, el derecho a la vida, la erradicación de
la tortura de cualquier animal, y lo exijo, uniéndome a las voces
que se alzan contra la explotación, tortura y muerte de nuestros hermanos animales.
Somos millones los que estamos en contra de tan execrables
crímenes, pues séase animal u hombre, todos los seres vivos tienen derecho
a vivir con dignidad, evitando nosotros su sufrimiento, el maltrato, el hambre,
hacinamiento y explotación para el comercio inescrupuloso de seres que no
merecen llamarse personas, pues no tienen entrañas.
Ellos, los animales, tienen sentimientos, capacidad de sufrir y
gozar, se alegran y entristecen y no entienden la injusticia porque son puros,
los desarma la crueldad y sus ojos interrogan ¡¡¡¿¿Por qué??!!!
Ellos nunca lo harían (frase hecha, pero no por ellos menos cierta).
Y después hay quienes se preguntan qué está pasando con los
jóvenes; se dice que se han perdido los valores... así, en impersonal, de forma
que nos eximimos de toda responsabilidad y culpa.
¿Acaso no lo vemos día
a día, en todos los ámbitos, y nadie hace nada por evitarlo? ¿Es que los padres
de esos jóvenes no han sido 'educados' por
otros padres? ¿No se ha borrado de un plumazo toda materia que no sea técnica,
obviando que es prioritaria la formación como persona, y después la
información?
Ya no se estudia ni se imparte nada que tenga que ver con las
Humanidades, nada de Historia, filosofía, ética, ciencias sociales. Valores
como el respeto, la solidaridad, la compasión y empatía con quienes
sufren...
Nos están saliendo monstruos, muy modernos, sí; dominarán las
nuevas tecnologías, pero la aplican en gran parte a juegos violentos y
alienantes, próspero negocio de corporaciones y filiales, la publicidad
subliminal que socava la conciencia, reduciendo a las personas a la categoria
de rebaño.
Permitan que lo diga de forma visceral, que es como me sale del
alma: ¡Este mundo se va al carajo!
El lobo de Gubbio
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