EN
estos días se celebra el día de la madre. Recuerdo que de pequeña, en
el país latinoamericano donde pasé esa fase tan importante —infancia,
adolescencia— que deja marcas indelebles en la memoria y forja la
personalidad, era un día grande. Para las madres era más importante que
el cumpleaños y para los hijos el día que honraban tanto a la madre como
a la abuela (la abuela nunca se llamaba así: como en Francia, es
grand-mère y en los países de habla inglesa grandmother). La abuela era
mamá Paulita: el nombre precedido por “mamá”. Y era así porque la madre
de nuestra madre también era madre nuestra: hizo posible que naciera
mamá.
Hoy, en los países llamados desarrollados, es un día diferente, aunque muchos tendrán el recuerdo de su madre si ha partido; otros harán un homenaje de cariño a su madre anciana o más o menos joven. Pero el día de la madre, como tantos días, se ha convertido en el día del comerciante, de las grandes superficies, que vienen haciendo propaganda con frases lapidarias desde que se les termina el eslogan “ya es primavera…”.
Volviendo a la infancia, recuerdos entrañables llegan llenos de nostalgia. Por la mañana, íbamos a la puerta del aposento a cantar “Las Mañanitas” y dar un beso a mamá, en fila, con verdadera autenticidad y algo de timidez. Seguíamos y repetíamos la canción (formábamos un buen coro, a tres voces) para nuestra segunda madre, mamá Paulita. La sonrisa y la mirada tierna de las madres, ese día, eran ya un regalo para nosotros, los hijos. Y a ellas les obsequiábamos con flores. Flores que habían sido recogidas, flores aromosas, amorosas, como la inmensa mayoría de las madres.
Hoy, adulta y madre, no hay celebración en nuestra casa, no existe el día de la madre porque, desde hace años, el tópico real que hemos asumido, lo ha impedido. El mercantilismo y el pretexto para fomentar el consumo se han hecho cargo de un día especial, una fiesta con tarta hecha en casa, con los niños vestidos de domingo y la madre con una orquídea justo al lado del corazón —mi abuelo, papá Roberto, siempre le enviaba una en fechas señaladas.
Pero llegamos a España, concretamente a Madrid, y a pesar de la propaganda, del día del niño, del sobrino, del santo, de… seguimos sintiendo que es el día más importante.
Hoy el día de la madre me resulta especialmente doloroso. Y lo es, porque sé que mi madre, como tantas madres que perdieron a sus hijos tan temprano —“compañero del alma, tan temprano”— sufre. Y nadie será capaz de mitigar su sufrimiento. Ella recordará y llorará al hijo pequeño que partió antes; nosotros, al hermano más amado, más que hermano, hijo.
Quiero rendir tributo a todas las madres sufrientes, a las madres que no pueden tan siquiera alimentar a sus hijos, a las que los han perdido en una guerra absurda, atroz; a aquéllas que sufren porque una manada de alimañas segó la vida de sus hijos con mochilas- coches- bomba o tiros en la nuca… A las que tienen a sus hijos enfermos, famélicos en los terceros mundos… A las mujeres-madres grandes, que sin haber parido cuidan de hijos desamparados. A las acompañadas de una cruel soledad…
Y también a los hijos que vieron partir a sus madres en la flor de la vida, a los que están lejos y sufren por ello. A las hijas que también son madres, y, cómo no: a los padres que hacen de padre y madre cuando ésta falta y también cuando está y cuida de ella todos los días de la madre, que son trescientos sesenta y cinco.
Una madre jamás se va de nuestro lado: es para siempre. Por fortuna, siempre estará acompañando a sus hijos, que la llevan siempre consigo, en un rincón cálido del corazón.
Por todo ello volveré a cantar “Las Mañanitas”, (puede que calladamente, puede que se humedezcan mis ojos, puede que parezca pecar de sensiblería para algunos) a todas las madres que sufren (¿Y cuál de ellas no?), y en especial a la mía: te recuerdo en tu día, mamá. Y todos los días de mi vida.
Hoy, en los países llamados desarrollados, es un día diferente, aunque muchos tendrán el recuerdo de su madre si ha partido; otros harán un homenaje de cariño a su madre anciana o más o menos joven. Pero el día de la madre, como tantos días, se ha convertido en el día del comerciante, de las grandes superficies, que vienen haciendo propaganda con frases lapidarias desde que se les termina el eslogan “ya es primavera…”.
Volviendo a la infancia, recuerdos entrañables llegan llenos de nostalgia. Por la mañana, íbamos a la puerta del aposento a cantar “Las Mañanitas” y dar un beso a mamá, en fila, con verdadera autenticidad y algo de timidez. Seguíamos y repetíamos la canción (formábamos un buen coro, a tres voces) para nuestra segunda madre, mamá Paulita. La sonrisa y la mirada tierna de las madres, ese día, eran ya un regalo para nosotros, los hijos. Y a ellas les obsequiábamos con flores. Flores que habían sido recogidas, flores aromosas, amorosas, como la inmensa mayoría de las madres.
Hoy, adulta y madre, no hay celebración en nuestra casa, no existe el día de la madre porque, desde hace años, el tópico real que hemos asumido, lo ha impedido. El mercantilismo y el pretexto para fomentar el consumo se han hecho cargo de un día especial, una fiesta con tarta hecha en casa, con los niños vestidos de domingo y la madre con una orquídea justo al lado del corazón —mi abuelo, papá Roberto, siempre le enviaba una en fechas señaladas.
Pero llegamos a España, concretamente a Madrid, y a pesar de la propaganda, del día del niño, del sobrino, del santo, de… seguimos sintiendo que es el día más importante.
Hoy el día de la madre me resulta especialmente doloroso. Y lo es, porque sé que mi madre, como tantas madres que perdieron a sus hijos tan temprano —“compañero del alma, tan temprano”— sufre. Y nadie será capaz de mitigar su sufrimiento. Ella recordará y llorará al hijo pequeño que partió antes; nosotros, al hermano más amado, más que hermano, hijo.
Quiero rendir tributo a todas las madres sufrientes, a las madres que no pueden tan siquiera alimentar a sus hijos, a las que los han perdido en una guerra absurda, atroz; a aquéllas que sufren porque una manada de alimañas segó la vida de sus hijos con mochilas- coches- bomba o tiros en la nuca… A las que tienen a sus hijos enfermos, famélicos en los terceros mundos… A las mujeres-madres grandes, que sin haber parido cuidan de hijos desamparados. A las acompañadas de una cruel soledad…
Y también a los hijos que vieron partir a sus madres en la flor de la vida, a los que están lejos y sufren por ello. A las hijas que también son madres, y, cómo no: a los padres que hacen de padre y madre cuando ésta falta y también cuando está y cuida de ella todos los días de la madre, que son trescientos sesenta y cinco.
Una madre jamás se va de nuestro lado: es para siempre. Por fortuna, siempre estará acompañando a sus hijos, que la llevan siempre consigo, en un rincón cálido del corazón.
Por todo ello volveré a cantar “Las Mañanitas”, (puede que calladamente, puede que se humedezcan mis ojos, puede que parezca pecar de sensiblería para algunos) a todas las madres que sufren (¿Y cuál de ellas no?), y en especial a la mía: te recuerdo en tu día, mamá. Y todos los días de mi vida.
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