25 de junio de 2011

Mis Queridos Héroes ©

HAY hombres que son héroes un momento por una hazaña difícil y arriesgada, los hay que lo son durante unas horas, un día; y hay millones de héroes anónimos que lo son día a día, todos los días de su vida.
De éstos ignorados héroes anónimos algunos han marcado mi día a día durante años; ellos no se consideran héroes, sino hombres normales, con sus defectos y sus virtudes como todo ser humano. Nunca le dieron importancia a la heroicidad cotidiana, continua y, por eso mismo, poco o nada valorada. Justo es que al menos les exprese mi agradecimiento.
Un hombre, esposo y padre, que se sacrificó durante muchos años por sus hijos, que cuidó de ellos cuando estaban enfermos, los educó en valores cristianos y éticos sin coartar la libertad de pensamiento y elección de los hijos, demostrando por ellos un gran respeto; que durante la adolescencia de esos hijos, con los conflictos generacionales, amén de los que acarrea la convivencia, con derechos y obligaciones, tratando de aplicar criterios que no pudieran interpretarse como contradicción con la madre, pues previamente se ponían de acuerdo.
Un padre que confió plenamente en sus hijos en esa edad peligrosa en que lo que dicen los amigos suele pesar más que lo que dicen los padres, pues la formación humanística transmitida con su ejemplo, conversaciones y lecturas daría su fruto; y no se arrepentiría, pues la confianza no fue defraudada. 
Cuando ya medio adultos, los hijos comprenden más la condición humana y la función de los padres, se encuentran ya casi al mismo nivel de conocimientos y con elementos de juicio para discernir y opinar con ideas y criterio propios, las conversaciones se convierten en debates enriquecedores que arrojan luz, tal vez acrisolada por las dudas o la contraposición de opiniones, siempre en el respeto al otro aun disintiendo; un hombre que permitió y animó a sus hijos a seguir su vocación, aunque hubiera deseado que eligieran un camino menos arduo, pues siempre supo la valía de un trabajo deseado, que llenara el vacío de uno impuesto, sin interés vital para ellos, lo que resultaría alienante y a medio y largo plazo, conduciría a la más triste frustración.
Un padre que educa, ilustra, forma, y todo ello respetando la idiosincrasia y la libertad individual de sus hijos… Habrá muchos… no lo sé, quiero suponer que es así; y así fue en este caso. 
Cuando la enfermedad invadió su cuerpo, jamás escuchamos una queja hacia nosotros, por el contrario, le quitaba hierro a los síntomas y a los efectos secundarios de los fármacos.
Su paciencia, su no darle importancia a la tragedia que sabía suya, intentar ‘no molestar’ como si eso hubiera sido posible llamando o pidiendo algo si él podía, aún con gran esfuerzo, procurárselo, fue proverbial. 
En enfermedades previas que curaron, su actitud fue la misma: tratando de agradar, de no causar preocupación, ni siquiera se permitía desahogarse expresando temores que me consta tuvo.
La última fue esa enfermedad insidiosa y casi siempre mortal, que da la cara sólo cuando está ya avanzada y poco puede hacer la medicina. Pues bien, fueron casi dos años; cuando le faltaron fuerzas para sostenerse, con necesidad de veinticuatro horas de oxígeno, él, que siempre fue apoyo, tuvo la humildad de dejarse apoyar con cierto pudor, y siempre con una mirada agradecida y la expresión limpia, como su espíritu y su mirada. 
De ingresos hospitalarios, pruebas, pinchazos, agujas y catéteres, sueros y medicamentos agresivos, a casa, a su cama ¡qué bien se está aquí decía al volver. Y aún ocupaba un rato su sillón para compartir ratos con nosotros.
Al final, hospitalizado, ya al límite de sus fuerzas, necesitó sedación. Morfina. Fue cuando tuvo la certeza de que la partida estaba próxima, y si me preguntan qué fue más doloroso, diría que el momento en que abriendo los brazos, sin hablar, no sé si por la emoción o la debilidad, se despidió de nuestros hijos en un largo abrazo indescriptible con el dolor moral en la mirada. Después, de mí. Sus últimas palabras, susurrantes, fueron “te quiero muchísimo”, antes de que la morfina hiciera su efecto. También me despedí más que con palabras que me costaba articular, con un ‘te quiero’ y mirando cómo se me iba, quise beber sus lágrimas apenas asomadas y contuve las mías: “Te prometo que pronto estarás mejor, estarás bien, te lo prometo”.
No pasaron dos días cuando partió hacia el Amor Divino. No dejé de hablarle, de estar junto a él, teniendo su mano y con la suya en mi corazón. Le canté canciones de cuando nos conocimos, las que le gustaban, alguna que interpretábamos a dúo de novios… Cuando por enésima vez mojé sus labios secos, a pesar del suero, percibí el movimiento de succionar el líquido, sonrió dormido y exhaló, sin estertor alguno, un soplo que respiré mientras le preguntaba si ya se iba… Su rostro resplandecía de paz, sosiego, no había un gesto de dolor ni angustia… Me despedí jurándole cuidar de nuestros hijos, y prometiendo que allá donde se encuentre, iré yo cuando me llegue el momento.
Entonces llamé a nuestros hijos les había mandado a la cafetería a tomar algo caliente, les avancé la noticia y entraron serios, pero serenos. Los delataba el movimiento de la garganta al tragar saliva. Tampoco lloré entonces.
Días después, mi hijo mayor trajo la noticia: recidiva del sarcoma sinovial que se le había extirpado dos años atrás y que tanto afectó a su padre. Fue la segunda intervención. Su brazo derecho quedaría más mermado de funciones. Pero no pararía ahí la cosa: no habrían pasado ni quince días cuando se detecta otro tumor, otra recidiva… Y esta vez, el remedio no podía ser otro que cortar por lo sano. No exagero si les digo que creí morir. Diez días después, le intervinieron. El brazo derecho amputado por encima del codo.
Todos quedamos sorprendidos por la reacción, inusual en estos casos, de normalidad, de la naturalidad con que incluso hacía humor de sí mismo. Temí que fuera una euforia por estrés postraumático y también los médicos… Pero no. A día de hoy, sigue siendo el mismo anímicamente, lo asume con tal longanimidad que asusta. Y causa admiración.
Antes de la operación, estuvo yendo a pescar con su esposa, con amigos, y… compró una caña para poder pescar con una sola mano.
Su hermano difícil su situación, y también heróica fue y es el bálsamo de todos; de su padre, su hermano y mío; apoyando, compartiendo, sin una queja ni una lágrima, fuerte en apariencia, aunque su delgadez se incrementaba por momentos, reflejo de lo mal que lo estaba pasando. Sin quejas ni aspavientos, quedándose a dormir con su hermano hospitalizado, charlando con él y su cuñada animándolos, riendo y… con tanto amor y olvido de sí mismo. El más pequeño… y tan grande.
Esos tres hombres son mis héroes, por ellos y con ellos he sufrido, he sido feliz, he llorado y he asumido creo los zarandeos que prefiero atribuir al azar, a la mala suerte.
Sólo lo irreversible es aceptado antes o después, por lo que tiene remedio se lucha; ante la desgracia, uno se rebela, lo niega, no da crédito a que esté pasando y se pregunta ¿por qué a mí. Por qué a ellos?, se desespera y vuelve a preguntarse ¿Por qué no a mí? Hasta que la realidad se impone por evidencia y entre lágrimas secas se empieza a asumir con inmensa tristeza, el duelo hay que pasarlo y estará un tiempo apretando el corazón. El dolor, como el amor, es intransferible… Y en ello estamos los tres, mis dos hijos y yo, y él, desde la Casa del Padre, sonreirá tratando de hacernos entender que esto es un tránsito, que morir es como nacer, algo natural, y espera el tiempo en que volvamos a estar juntos, mientras desde donde se encuentra, sigue cuidándonos.
Ahora ya saben por qué no podía escribir, me era imposible. Les pido disculpas por este regreso cargado de sentimiento emocional: tenía que hacerlo, tenía una deuda con mis héroes anónimos para el resto del mundo. Y quiero rendir un homenaje a todos los héroes anónimos que van por la existencia como si no pasara nada, aun teniendo el corazón en carne viva.
PD: Hace tres años, mi hijo Juan falleció. No podré olvidarlo nunca... ni quiero. Hoy estará junto a su padre, a quien amaba con locura. Quedamos mi hijo menor y... yo; y aquí sigo por él, porque no puedo hacerle sufrir. Si no fuera así, ya hubiera desertado.
 
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2 comentarios:

  1. No pensé encontrarte a través de Pin aunque haya intentado localizarte por otras cuentas. He leido la historia y me hubiera gustado estar en esas situaciones cerca de ti, como lo estuve en otras. Solo te deseo la mayor paz interior en todos los aspectos.
    No se si me sitúas, yo si se quien eres te daré solo un dato ¿recuerdas a Max el perro que viajó desde ahi a mi casa? ¿recuersas como corría por el parque? El también se fue...hubo que sacrificarlo por un tumor, igual quen los otros dos...
    He querido contactar con algunos de antaño pero me es imposible, las direccciones que tenía no están vigentes.
    Solo me gustaría que me confirmaras que eres quien creo eres. Te daré un dato más ¿recuerdas la noche que dormimos en Vitoria después de una "charla".
    Por si eres tu....te envío un fuerte abrazo, mi recuerdo y cariño.

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  2. Sí, soy yo... Cómo no recordar tantos momentos gratos, algunos, no tanto por eso de la confianza.
    Nunca me he olvidado de ti. También, desde que comenzó a caerme el infierno encima, ando descolgada de la gente que conocimos... Unos, cambiaron de correo... Otros, no sé...Y el pequeño Max, que ahora estará con Ruper; cuando ya tenía las fotos, Ruper también se fue, no dio tiempo a visitarle cuando vi la esquela en el portal.
    No sabes lo que te agradezco que te acuerdes... Y como ya sabemos quienes somos, sería positivo volver a intercambiar impresiones, a reír juntas... Yo también te deseo todo mi cariño, nunca te olvidé. Un fortísimo abrazo.y

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