NO creo que ningún escritor lo haya sido antes de vivir dulzores y amarguras, ilusiones y desengaños. El vivir y estar de vuelta de experiencias llegadas o buscadas, tiene que ser el acicate que impulse a escribir. No conozco a nadie que haya sido medianamente feliz o que esté satisfecho con su vida que se dedique a escribir por necesidad o vocación. Es entonces la desdicha, el vacío o el inconformismo lo que mueve a crear. Incluso las obras de ficción encierran dentro de sí las vivencias interiores, las insatisfacciones personales. Es un modo de extender la propia vida más allá del tedio, el quejido camuflado de vidas saciadas, o vacías, tras haberlas llenado de lo perecedero. O la evasión. Cuando lo que movía a ser queda atrás, una vez experimentado, surge la necesidad vital de escribir, imprimir y liberar en la literatura la mitología propia y vaciarla de manera subrepticia en los lectores-receptores, haciendo que sean partícipes y jueces de la vida interior del escritor.
En el caso de no llegar a publicar, la frustración es doblemente demoledora. No vive su vida ni puede transmitirla. La complicidad ignorada de los que te leen es la satisfacción de que escribas. De otro modo... ¿dónde estaría el sentido? ¿Es válido el monólogo? ¿Para qué inventar entonces? Pasar el tiempo, por otra parte inexistente, sin movimiento. Un no pasar, no ser: estar. Los escritores son personas corrientes convertidas en excepcionales por desdichas cotidianas que tan sólo ellos conocen.
Cuando el escritor está satisfecho, entretenido en la ocupación de vivir sentimientos y sensaciones agradables, aventuras vitales corpóreas, no necesita transmitir ni crear, puesto que está transmitiéndose a sí mismo experiencias y haciendo de él una creación casual. El riesgo de amar estriba en no poder despegarse de una idea obsesiva: todo lo demás carece de sentido y pasa a ser accesorio. Tal vez por ello la estúpida frase: "todo vale en el amor y en la guerra". Las aspiraciones son vencidas por el sexo, que se disfraza de sentimientos de sentimientos, y éstos son la justificación, ésta libera y vuelve al sexo, en una sublimación prefabricada, aunque inconsciente, mientras se goza de él. Ignoro si la importancia que se le presta a la dignidad personal es producto de nuestra conciencia o por el contrario, es una herencia del sentido del honor dieciochesco. Los duelos se sustituyen por poses o palabras de esgrima. Mentiras para mantener visible la "dignidad". Cuando parece necesario hablar de dignidad, es porque somos conscientes de haberla perdido o estar a punto de perderla. Cuando estás en el suelo, espera solamente el lamido de un perro. Su aliento.—¡Ah, Pavese, Pavese, cómo te entiendo! Tanto, que casi te amo. ¿Te amo? Y tú, Franz... ¿Cómo pudiste llegar a ser el egoísmo? Sumiste tu vida y la de ellas en tu amarga frustración—.
Al hombre le produce espanto el intelecto de la mujer; al hombre inteligente le produce pánico. Se sabe despojado del halo mítico que le hace parecer un dios ante un intelecto simple. A la mujer inteligente le horroriza el hombre simplista. Necesita admirarlo no por su superioridad, sino por sentirse ante un hombre que puede entenderla y admitirla. Con alguien mediocre, su sufrimiento está asegurado por tener la ‘obligación’ de fingir admiración para no herir el orgullo del hombre. ¿Entonces tenía razón, en cierta forma, Freud: la sublimación del yo, como compensación de frustraciones sexuales, pudo ser el móvil de mentes desarrolladas y creadoras? ¿Es la capacidad de desarrollo del intelecto inversamente proporcional a la satisfacción de los sentidos? La desmitificación de un dios: El hombre es hombre y testiculina. La secreción de serotonina tiene que ver con la aleación de la adrenalina en un cóctel devastador.
Severo Ochoa: somos física y química. Descartes: Pienso, luego existo. El hombre necesita llamarle amor y hacer el amor a copular. No reconoce la sustancia de que está hecho y la adorna. No puedo entender por qué se arroga el título de animal superior.
El creativo es consciente del placer de crear y se recrea haciendo el amor con su obra; si es inacabada, la insatisfacción de un clímax no alcanzado y el reto de volver a intentarlo. La ventaja estriba en que jamás se sentirá ahíto. Cuando se afirma que el verdadero amor es el que se profesa a uno mismo, se define el acto egoísta de la utilización. Lo más adecuado es teñirla de ideales. Aunque termine en lo mecánico. Copular es tan necesario como comer. Pensar no es imprescindible. Vaciar la conciencia con palabras trastocadas a modo de sofismas, provoca el adormecimiento del yo superior y lo desarraiga. Preeminencia de lo urgente sobre lo importante.
Por tanto, admitamos que no somos lo que pensamos, sino que pensamos que somos y nos vemos como nos resulta acomodaticio. Humanos, al fin.
—¿Por qué escribo estas cosas?— Todo está ya pensado... todo está dicho. ¿Acaso descubro algo nuevo? No. Nada. Quiero suponer que ejercito mi intelecto. Si me atreviera a formular un silogismo podría verme definida por todo lo anterior. Por tanto, no lo haré.
El creativo es consciente del placer de crear y se recrea haciendo el amor con su obra; si es inacabada, la insatisfacción de un clímax no alcanzado y el reto de volver a intentarlo. La ventaja estriba en que jamás se sentirá ahíto. Cuando se afirma que el verdadero amor es el que se profesa a uno mismo, se define el acto egoísta de la utilización. Lo más adecuado es teñirla de ideales. Aunque termine en lo mecánico. Copular es tan necesario como comer. Pensar no es imprescindible. Vaciar la conciencia con palabras trastocadas a modo de sofismas, provoca el adormecimiento del yo superior y lo desarraiga. Preeminencia de lo urgente sobre lo importante.
Por tanto, admitamos que no somos lo que pensamos, sino que pensamos que somos y nos vemos como nos resulta acomodaticio. Humanos, al fin.
—¿Por qué escribo estas cosas?— Todo está ya pensado... todo está dicho. ¿Acaso descubro algo nuevo? No. Nada. Quiero suponer que ejercito mi intelecto. Si me atreviera a formular un silogismo podría verme definida por todo lo anterior. Por tanto, no lo haré.
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