De
nuevo vuelven los días navideños. Las tiendas se llenan de gente, compran
regalos, quienes tienen niños piensan en lo que les gustaría a los pequeños. Los
supermercados y carnicerías están llenos, hay colas en todos los lados, y
esperan pacientemente su turno.
No
he querido pasar por esas tiendas, donde se exhiben cerditos recién nacidos
muertos, corderos, carne de los que fueron terneros… Las comilonas y los menús pantagruélicos son
hoy lo que para demasiada gente, simboliza la Navidad.
Marisco,
pescados caros, todo es poco para poner en la mesa. Compran champán vinos
generosos, licores y dulces, turrones de todo tipo —hay hasta de arroz con
leche— cuando no hace tantos años el mazapán, los polvorones, y el turrón, duro
y blando, las peladillas, eran los postres de quienes se lo podían permitir.
La
otra cara de la navidad se ve por las calles: gente sin techo, sin trabajo y
por tanto, sin dinero que despilfarrar. Son aquéllos olvidados, invisibles, los
que no pueden calentarse en días tan fríos, los que a duras penas llevan a su
familia pan y poca cosa más, como todos los días, si es que comen a diario.
Hoy
la navidad es un pretexto para empacharse, vestirse y competir, en lugar de
compartir.
Los
grandes almacenes, esos que desde los países ricos compran lo que se
manufactura a base de esclavitud, para venderlo a precios prohibitivos. Y es la
pescadilla que se muerde la cola; si no consumimos, a los esclavizados,
explotados y malparados se les termina el trabajo abusivo, pero que con ello
subsisten.
En
realidad, en Navidad lo que se celebra es el nacimiento del Divino Niño, que
con su ejemplo de vida —desde su humilde nacimiento a su muerte en la cruz— nos
enseñó que lo más importante es el amor, la solidaridad, la compasión y la
justicia social.
Y
sí… es bueno celebrar su venida al mundo reuniéndose con familiares queridos y
a veces lejanos hasta estas fechas, siempre que el amor, la armonía, la bondad
esté por encima del aparentar, saciarse aunque sea sin apetito, emborracharse y
amanecer para encontrarse con ‘las sobras’ y la resaca que la noche anterior
dejó botellas vacías y rostros rubicundos, chistes, risas y ruido, mucho ruido
de cohetes y demás artefactos explosivos que se venden aunque la ley lo prohíba.
No.
Hace años que no me gusta la Navidad. Más bien me entristece.
Y
a pesar de todo, me he visto entrando en un comercio para comprar turrón y
mazapanes… porque en Nochebuena vendrán mi segundo hijo y su esposa a cenar conmigo. Lo que más apreciaré será su compañía.
Al
fin y al cabo, tengo mis debilidades, les ofreceré lo que más les guste, aunque
en mi fuero interior recuerde a tantos seres queridos que partieron hacia la
eternidad, sobre todo, a mi primer hijo, que siempre está en mi corazón.
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