Una madrugada, del 14 al 15 de noviembre, mi hermana pequeña se nos fue... Querida hermanita, tú sabes que te quería y te quiero, que estarás siempre en mi corazón y mi recuerdo. ¿Sabes? No hay día en que no estés presente, aún me cuesta creer que ya no estás. Sólo pienso que —como solía decir— morir es un lujo asiático cuando la vida se torna dolorosa sin analgésico que palíe el sufrimiento.
Y tú, querida pequeña, fuiste un grito en el desierto... Y luchaste, intentaste vivir con paz, amor, tranquilidad...
Y tú, querida pequeña, fuiste un grito en el desierto... Y luchaste, intentaste vivir con paz, amor, tranquilidad...
Esa noche no la olvidaré. Y menos el siguiente día, en la despedida, cuando el sacerdote dijo: No rezamos por ella; le rezamos a ella, que ya está viendo el rostro de Dios.
Hasta pronto, hermanita. Antes o después estaremos juntas. Y la alegría volverá, el amor prevalecerá, y seremos una sonrisa y nunca más un grito.
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