Pasado mañana salgo para Madrid. No es un viaje para disfrutar de mi familia; es de despedida. Tengo la intuición de que mi madre, encamada hace años, con una vida artificial, sólo vegeta.
Dicen que lo último que se pierde es el oído y el tacto. Por eso, tengo que despedirme de ella, hablarle y decirle que la he querido siempre y que ahora sigo queriéndola; a pesar de las discrepancias, a pesar de que fui —y aún soy— el patito feo de la familia...
Mis hermanos y sobrinos no me necesitan; tampoco me valoraron jamás. Se produjo un mimetismo en ellos. Como nuestros padres me castigaban con frecuencia y me humillaban... porque yo contestaba si no estaba de acuerdo; eso se consideraba una falta de respeto, no se podía tener criterio propio ni opinar lo contrario de lo que ellos consideraban axiomas.
Pero cuando mi padre se puso enfermo sin salvación, yo iba desde Bilbao a Madrid para cuidarle y descargar a mi madre del agotamiento. Entonces mis hermanos, los más pequeños, necesitaban cuidados y compañía. Sufrieron mucho, no asimilaban que somos finitos y mi padre no era una excepción. Fueron cuatro meses de agonía y, lo peor, es que él quería vivir a toda costa... pero todos sabíamos que eso no pasaría.
Mi madre enviudó... a partir de entonces, como siempre, cuando tenía vacaciones iba a acompañar a mi madre y a mis pequeños hermanos.
Cuando crecieron, mamá se quedó muy sola; solía llamarme para que fuera a Madrid a pasar días y días con ella.
Soporté sus cambios de humor: hoy era simpática, hablábamos y hasta me pedía que tocara el piano para ella: ella, que era una pianista virtuosa, —lo que acreditó el Conservatorio de Madrid. Se presentó por satisfacción propia; el tribunal se puso en pie, los aplausos no cesaban... —Yo tenía una gran admiración por ella, por su arte. —Ni siquiera Rubinstein, ni menos Iturbe, la superaban.
Y al día siguiente no me soportaba, me hacía la vida imposible... entonces comprendía que tenía que marcharme.
Volvía a bilbao hecha unos zorros, diciendo que no iba a ir más. Mi esposo me decía: No lo creo, aún no has roto el cordón umbilical con tu madre. Y como siempre, tenía razón. Siempre que me lo pedía, cogía el primer medio de transporte y me plantaba en su casa.
Después, ya mayor, llegaron los ictus. Se recuperó del primero, incluso del segundo... estuvo a las puertas de la muerte; pero como mi padre, ella quería vivir, a pesar de la muerte pòr suicidio de mi hermano, el más pequeño y más querido por mí; la tragedia nos descolocó a todos, a ella y a mis hermanos.
Yo lo había acunado, le cantaba hasta que se dormía, ¡mi queridísimo pequeño! Te vi dormido en el tanatorio y no tuve valor para soportar que te metieran en la tumba donde descansaba nuestro padre. Y me fui, dejando una rosa de té a uno de mis hermanos para depositarla cuando le dieran tierra.
Me fui, sí, porque él no me necesitaba ya.
Me tuvo siempre estando vivo... ya nada podía hacer por él.
Mi madre no quiso que tres de sus hijas fueran a su casa, entre ellas, yo... ¿Por qué? No lo sé y nunca se lo pregunté.
Mis viajes a Madrid eran tan frecuentes como ella decidía. al final, me necesitaba. Y ahora... ahora no me reconocerá, pero yo sí sé quién es ella. Por eso quiero despedirme por última vez.
También visitaré a mi tía, la única hermana que le queda a mi madre; mis hermanos no quieren saber nada de ella, es más, no le permitieron que la viera... y menos que la cuidara.
También me despediré de ella, porque tal vez sea la última vez que nos veamos. Mi tía me quiere, me demuestra cariño, me llama y se desahoga. Le doy ánimos y procuro quitarle hierro a todo.
No quiere decir que yo sea buena persona, ¡qué va!, lo que sucede es que quizás los palos que me dio la vida hayan conseguido que tenga más comprensión, compasión y pueda ponerme en la piel de los que sufren.
Creo que estamos aquí para aprender y enseñar lo aprendido no sólo con palabras, sino con hechos.
Me quedé muy sola con mi dolor, pensé en desertar de una vida que creí inútil; era un estorbo, un trasto rebelde que no soportaba la injusticia.
Me ha costado mucho decidirme, ni tan siquiera sé si me daré la vuelta y no cogeré el tren... Espero superar el rechazo a encontrar a mi madre muerta en vida... La última vez no podía dejar de llorar.
Y además recordaba a mi amado hijo: él tenía que tratarse en el oncológico Clara Campal, pioneros en investigación, tratamientos, ensayos clínicos... Aunque mi Juan vivió, mal que bien, con rachas mejores y otras dolorosas... no quería que lo acompañara para que no sufriera.
Y se quedaba esos días en casa de una hermana que vive en el piso de arriba. Y eso me derrumba, parece que lo veo tumbado en el sofá, porque no podía sentarse a la mesa, ya le fallaban las fuerzas.
Nunca se quejó, se hacía el duro; pero tanto su esposa como su hermano —uña y carne— y desde luego yo, sabíamos cómo estaba... en la recta final.
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