Hay personas que jamás podrán oír la voz de Dios, porque simplemente no saben callar. Están permanentemente embargadas por las mil voces del mundo que reclaman su atención. Voces, muchas voces del tentador, del mal. Insinuaciones de nuestras propias concupiscencias. Tenemos que darle a Dios la oportunidad para que él nos hable como está dispuesto a hacerlo, según todo el testimonio de su Palabra.
De otro modo, el silencio de Dios será más extenso e intenso. Hasta será posible que nos escudemos en la intensa actividad que nos demanda la obra con sus apremios y urgencias y que nos privemos de escuchar la voz de Dios. Que nuestra actividad no se convierta en puro activismo desordenado e improvisado, vacío de contenido y sin los frutos apetecidos y lleguemos a la conclusión de que la respuesta del Señor, después de todo, fue escasa.
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