A Tobi Lo rescatamos de la perrera. Él me eligió,
poniéndose en dos patas y moviendo las delanteras como diciendo: "llévame,
seré un buen perro".
Y así fue como Tobi se convirtió en mi compañero de vida
(Coli ya nos había dejado; murió de tristeza cuando mi esposo se
fue a La Casa del Padre).
Estaba un tanto asalvajado, pues había sufrido maltrato, lo
adoptaban y lo devolvían... Así que hubo que educarlo con paciencia y
constancia, aplicando el refuerzo positivo.
De ello se ocupó, sobre todo, mi querido hijo Juan, que
tenía el don de entender a los animales, como ellos le entendían a él.
A pesar de su enfermedad, ya con el brazo derecho amputado, tuvo
fases en las que, tras el tratamiento, recuperaba fuerzas y luchaba por vivir. Tobi
llegó a ser, en poco tiempo, un perro feliz, obediente, simpático y amoroso.
Nunca había jugado y se divertía con los muñecos de trapo que le llevábamos,
como si fuera un cachorro. Entonces contaba con seis años de una vida sumamente
dura.
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