23 de junio de 2011

MÁS ETIQUETAS, POR FAVOR ©



DESTRUYE las neuronas y ya sabemos que éstas no se regeneran, produce enfermedades hepáticas, como cirrosis, cáncer de estómago, hipertensión de la vena porta por insuficiencia hepática que se traduce en varices esofágicas con riesgo muerte por hemorragia; es depresor del sistema nervioso central, destruye familias, es uno de los factores más significativos de absentismo y responsable de muchos accidentes laborales y en mayor grado, de tráfico. Destruye tanto al individuo como a su familia, provoca accesos de violencia en muchos casos bajo sus efectos. Es más, también produce impotencia. Es otra drogodependencia, es una enfermedad destructiva.

Y sin embargo, ni en las botellas ni en las copas aparecen pegatinas advirtiendo que beber alcohol mata, que es nocivo para su salud y la de quienes les rodean (soporte usted las cogorzas de su pareja, mire la tristeza de sus hijos y el desmembramiento familiar); o que el alcohol mata lenta y dolorosamente, que produce impotencia, cáncer, trastornos de personalidad, es altamente nocivo para el hijo que espera usted, que está embarazada; o puede producir secuelas en el neonato si su padre es bebedor.

Comer ciertos alimentos habitualmente, y no sólo la comida llamada basura, produce colesterol “malo”, aumenta el nivel de los triglicéridos en la sangre, con el consiguiente riesgo de accidente cardiovascular; obesidad y las patologías que conlleva, complejos varios y rechazo social; trastornos metabólicos y otras enfermedades… Y tampoco hay una leyenda impresa en los platos o envases advirtiendo que ingerir grasas saturadas implica riesgo para la salud, comer dulces y bollos con azúcares de asimilación rápida puede derivar en diabetes; comer excesivamente aumenta el riesgo de tener una apoplejía, y en lugar de la susodicha pegatina nos llenan de anuncios para conseguir, mediante un serio coste económico, una figura como la señora del anuncio. Lo que sin duda incide en el porcentaje de personas obsesionadas con la apariencia de su cuerpo y aumenta el porcentaje de anoréxicos.

Los disgustos también matan. Mire usted cómo le sube la tensión sanguínea cuando ve sus ingresos mermados y no llega a fin de mes más que de milagro o entrampándose, debido al redondeo del €uro, el alza de precios y la parálisis crónica de su sueldo, que en todo caso, mantiene la cifra pero vale cada vez menos.

Trabaje usted con la espada de Damocles que le recuerda una y otra vez que se le termina el contrato y se verá en la “rue” en cualquier momento, para ponerse a patear despachos de selección de personal y ETT que desgastan su capacidad de aguantar el estrés. Y cuando tiene la suerte de tener otro empleo, y es usted un trabajador modélico, cuando llega el momento en que la empresa debe cambiarle el contrato por el de indefinido, que podría durar lo que al jefe le convenga, vuelva a la calle y a la oficina de empleo donde le dicen que no tiene derecho a prestación por esto o lo otro, y si la tiene, no le alcanzará ni para tabaco (con perdón).

Se enteran ustedes de que sus hijos, esas criaturas amorosamente cuidadas, educadas, se van de guateque a una lonja —que han alquilado entre varios— a cualquier hora, donde además de correr el riesgo de quedarse sordos por exceso de decibelios, se ponen de alcohol hasta las cejas,  acompañándolo de alguna sustancia de libre circulación a pesar de estar prohibida, yendo del tripi al éxtasis, a la raya de coca o, más barato, a esnifar pegamento o algún disolvente junto a las litronas. El disgusto añadido a la impotencia para solucionar el problema les puede provocar un pampurrio, complejo de culpa y reacciones diversas que sólo podrán resolver con ayuda profesional, bien para ustedes o para sus retoños, si todavía tienen alguna influencia sobre ellos y dinero para costear los gastos de asistencia.

Se potencia el consumismo creando necesidades que si no están a nuestro alcance, nos dejan sumidos en una frustración supina, hasta que descubrimos que jugando al bingo, la loto o a los diversos juegos de azar pueden hacer posible, ilusoriamente, las aspiraciones de consumir. O utiliza su tarjeta de crédito para saciar su sed de tener, hasta entramparse, de modo que no le queda más recurso que beber para olvidar. Eso sí, no se le ocurra fumar, que eso mata.

Y no sigo, no sea que me llamen “malaje”, aguafiestas o algo peor.
Pues no señor: se elige a un sector de la población (la de los fumadores) y se llega al acoso en las campañas institucionales, con las etiquetas que podrían provocar además de indiferencia y rebeldía en muchos, miedo hasta la hipocondría y hasta patatús cardíaco.

El caso es que se proclama a los cuatro vientos lo malísimo que es fumar, y se omite que los impuestos que pagan los consumidores de tabaco superan ampliamente la cantidad que gasta la S.Social en enfermos con patologías presumiblemente provocadas por el hábito de fumar y la persecución de esa mínima libertad sujeta a altos impuestos continúa y aumenta en intensidad.

Como sabrán, me sublevan los agravios comparativos, la ley del miedo y las estrategias para acojonar al personal, de modo que a ver si jugamos todos o se rompe la baraja.

Exijo pegatinas y etiquetas, frases acojonadoras y campañas institucionales para prevenir todos los riesgos que supone vivir respirando residuos de los tubos de escape, comer grasota y aditivos cancerígenos, alimentos transgénicos, y sobre todo, para denunciar que la injusticia social es el mayor peligro para la salud del individuo y por ende, de la sociedad; que los privilegios de unos se basan en la carencia de los más, y por una vez, dejemos el paternalismo hipócrita.

En realidad, menos a la hora de consumir (cuantas más horas mejor) o de votar (cuantas veces menos mejor) es cuando se nos tiene en cuenta. Por lo demás, somos considerados instrumentos al servicio de los poderosos, quienes cuentan con estrategas para lanzar cortinas de humo que tapan y distraen de lo pernicioso de sus decisiones y actuaciones, con las consecuencias que conocemos y que eufemísticamente llaman ‘daños colaterales’.

Es más: ya que en un mínimo grado puedo elegir los que puedan afectarme, voy a seguir fumando mientras los daños colaterales no se traduzcan en masacres y guerras preventivas, limpiezas de sangre, continúe el turismo sexual, la esclavitud infantil, y la indiferencia de la sociedad y los gerifaltes del mundo, quienes miran hacia donde les interesa. Mientras se denuncie una guerra y ni se nombre que hay más de setenta… Mientras millones de personas inocentes pasen hambre y miseria, y mueran prematura y dolorosamente por falta de los mínimos recursos. Y es que nacer y “vivir” en determinados países o pertenecer a capas sociales desfavorecidas, también mata, aunque no se fume.

Y no me digan que lo que invierto en tabaco podría invertirlo en paliar lo anterior, sería un sarcasmo. Voy a darme la libertad de elegir mis propios daños colaterales, ya que los otros, de mayor calado, me los imponen. Así de claro.
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