25 de junio de 2011

Coli - Tobi



Despuésde seis meses de haber fallecido mi Coli, mi perrito, el que estuvo compartiendo nuestra vida, casa, alegrías y tristezas, he adoptado a Tobi. Llevaba tiempo en la perrera municipal. Hasta llegar, había estado por las calles, abandonado por algún desalmado que considera a los perros como si fueran objetos, juguetes, o peor: el esclavo que es sometido, maltratado y, por último, abandonado a su suerte.
Pasó tiempo por las calles. Tuvo que ser apaleado, pateado, pues las secuelas se captan por las actitudes de miedo, ponerse a la defensiva, temblar cuando ve a alguien (sobre todo hombres y jóvenes) portando un bastón o algo parecido a un palo. Tiene miedo cuando alguien levanta una pierna o simplemente las cruza; señal de que ha recibido patadas. Me está costando que pierda el miedo y por ende, la actitud defensiva de ladrar, ponerse muy nervioso con todo ello. Pero es un perro muy listo, enseguida atiende y aprende lo que le indicas, casi diría que se esmera con tal de contentar, bien a mis hijos, o a mí. Pasó hambre, sin duda. Comía compulsivamente y cuando en algún momento me ausenté de casa, lo hallé nervioso, saltos, gemidos, como si se sintiera abandonado de nuevo, y creo que aún no tiene claro que se va a quedar para siempre en casa, conmigo, y que cuidaremos de él siempre. Es tan agradecido y mimoso, que se hace querer necesariamente.
Eso no quiere decir que carezca de carácter, todo lo contrario. Si no se le frena, él llevaría la voz cantante. En eso estamos. Acostumbrándolo a que mis hijos y yo somos sus amigos, protectores y que él es uno más de la familia y tan querido como lo fue Coli, al que no olvidaremos jamás.
He de reconocer que, de no ser por Tobi, aún estaría sin salir apenas, lamiéndome las heridas y sin ver la salida de ese agujero oscuro donde la vida nos obliga a quedarnos cuando se pone tan amarga que el acíbar resulta que una golosina. 

Ahora Tobi se ocupa de sacarme, de hacer que me sienta necesaria porque él me necesita… Está siempre a mi lado, menos cuando de noche cerrada, lo suelto y recorre el pequeño parque marcando un territorio que será del siguiente perro que vaya a marcar el suyo… en realidad es de todos y lo saben. Entonces tengo que silbar y llamarle con cierta insistencia. Aunque reconozco que tener que pasear atado no es ni paseo ni nada que se le parezca, pero así están las cosas… 
Él me ha dado vida cuando ya la daba por perdida en la rutina de dejar pasar el tiempo, la abulia, el no importa ya nada… desánimo y tristeza parece que vienen menos al pensamiento. Sólo escuchar su respiración sosegada cuando duerme, me dice que no estoy sola, que alguien muy importante para mí me quiere y me necesita. Sí, tengo hijos a los que quiero muchísimo, y ellos a mí… pero tengo que dejar que realicen su vida, que decidan, no condicionarlos… Tal vez alguna vez necesiten de mí, pero tienen que ser libres para decidir e incluso equivocarse.
Tobi me ha dado, o tal vez ha ampliado un móvil para continuar viviendo.


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